Leyendas de Durango:"El espinazo del Diablo"

Viajero, cuando en tu deambular por los caminos de México llegues a Durango, no dejes de cruzar la carretera federal Durango a Mazatlán, que por su trazo y paisaje es una de las mas bellas de la República y por consiguiente del mundo; tanto por los riesgos y peligros que representa su tránsito, como por lo divertido del viaje que algo tiene de enigma y misterioso, pero que al final de cuentas, resulta un placer para la visita del viajero que se recrea sin límites en un mundo infinito que oscila entre la fantasía y la belleza.

Encontrarás lugares de singular hermosura, como la Quebrada de Río Chico, El arroyo de Mimbres, el Parque Nacional El Tecuán, población maderera El Salto, las geoformas rocosas de Mexiquillo donde se dialoga con el misterio de la existencia de otros mundos y se goza con la cascada del mismo nombre, el Mirador de Buenos Aires y el bellísimo lugar denominado El Espinazo del Diablo objeto de esta leyenda, que es una enorme cumbre de más de tres mil metros de altura sobre el nivel del mar, formando un cordón montañoso en una extensión aproximada de doscientos metros con desfiladero a ambos lados que se precipita a un enorme abismo por los lados de la cinta asfáltica.

Es un lugar digno de conocerlo y disfrutarlo en toda su grandeza, contemplando la infinita belleza que te ofrece, la cual debes asociar a la fantasía de esta leyenda que con la ingenuidad de la reflexión popular, te explica porque el lugar se denomina Espinazo del Diablo, en virtud a que el Diablo en persona, ya petrificado por el paso del tiempo, se encuentra ahí caído desde fecha inmemorial, cubierto por el polvo de los siglos, sirviendo ahora con las vertebras de una espina dorsal de puente que une a dos contrafuertes montañosos para que sobre ellos pase la carretera interoceánica que saliendo de la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, une al Golfo de México con el Océano Pacífico en el Puerto de Mazatlán.



Nadie sabe a ciencia cierta cuando se dio la lucha entre el bien y el mal que culminó en hacer rodar por el suelo a Satanás maltrecho y mal herido para quedarse para siempre allí cubierto de polvo y convertido en montaña. Era el espíritu maligno más perverso y soberbio del universo que no permitía que el hombre habitara en la tierra. Al decir de consejo de abuelas y ancianos cuenta cuentos, el Diablo y el Arcángel San Miguel, lucharon en batalla cerrada por la posesión de la tierra durante cincuenta y dos años cubiertos por terrible oscuridad.

El golpe de sus aceros producía un ruido ensordecedor que hacía sacudirse al universo y las chispas producto del contacto violento de sus armas, como relámpagos incandescentes iluminaban al mundo, llegando su luz a todos los confines de la tierra.

El tiempo pasaba aniquilando lo que se encontraba a su paso con la niebla del olvido y todo era oscuridad, sin principio ni fin, sin embargo, la lucha entre el bien y el mal seguía y seguía, porque uno traía la luz que lo ilumina todo y pinta de colores a todos los seres y todas las cosas y el otro quería hacer imperar las tinieblas, el desorden y la anarquía en las fuerzas de la naturaleza. Dicen los que cuentan la leyenda, que el agua de los mares se extendía por todas partes, cubría todos los valles y llegaba hasta los picachos más altos de las montañas. No había vida humana, ni vegetal ni animal, todo era caos y oscuridad porque hasta entonces, había predominado el mal sobre el planeta.


Sin embargo, DIOS el todopoderoso creador del universo, de todo lo que existe visible e invisible, llamó un día al hombre más valiente de sus milicias celestiales, a Miguel, el mariscal de mil estrellas, al comandante en jefe de las fuerzas armadas del celeste imperio, y con la voz tronante del que manda y nunca se equivoca le dijo:

--Miguel, ahora toca el turno al planeta tierra para que sea iluminado con la luz del bien, la bondad, el entendimiento, la razón, la esperanza y la fe; por lo que necesito poner en este sitio al hombre como ser pensante, a los animales vertebrados e invertebrados, a las plantas grandes y pequeñas y a las cosas que el tiempo y la naturaleza fabriquen en el paso de los siglos.

La tierra será un lugar hermoso de mi especial predilección donde predominará la paz y la concordia entre todos sus pobladores, pero necesito que saquen de ese lugar a Satanás con toda su legión de espíritus malignos.
Miguel con su espada de fuego surcó el espacio sideral y llegó al imperio de la oscuridad y el caos. El Diablo se negó a desalojar sus dominios y ambos se trabaron en un fenomenal combate que duró cincuenta y dos años.

Por fin Miguel clavó su espada flamígera en el corazón del Diablo, el cual lanzó un aullido que estremeció al universo y rodó mal herido por el suelo. Su cara se enterró en el cieno lodoso de aquel charco inmenso y su espina dorsal quedó hacia arriba para con el paso de los años convertirse en montaña. Dicen las consejas que cuando la tierra tiembla, es que el diablo se mueve queriendo despertar de ese sueño infinito en que lo consternó el Arcángel Miguel en aquel tiempo.

Una legión infinita de ángeles separaron las aguas de la tierra, dando origen a los mares y a los continentes. El oro y la plata que formando grandes venas se encuentran en el interior de las montañas, son la sangre del diablo, que petrificada por el paso de los siglos se presentan en forma y color de esos metales, por eso, siempre engendran la codicia, la ambición, la envidia, el hurto, el hambre, la miseria, la explotación y la muerte.


El polvo de los siglos cubrió el cuerpo del enorme monstruo que vencido y aniquilado se quedó como dormido en la eternidad del tiempo y del espacio. Hay quien dice que en algunas ocasiones, hace que ciertas montañas vomiten fuego destruyendo a ciudades y pueblos en algunos lugares del mundo.

Dicen los que conocen la leyenda, que solamente una parte muy pequeña de su enorme espinazo es lo que constituye en la carretera ese puente natural que une a dos grandes cumbres.

También se dice que un lugar de la Sierra de Durango que se conoce como San Miguel de Cruces, lleva ese nombre porque fue el sitio exacto donde Miguel El Mariscal de mil estrellas apoyó su planta cuando dio el pinchazo mortal a Satanás y muchos años después, un misionero de los muchos que deambulan por la sierra sin rumbo fijo, descubrió la huella de la sandalia del arcángel y para santificar el lugar lo llenó de cruces. Fue otro fraile aventurero y evangelizador que conociendo los pormenores de la leyenda, apodó al lugar San Miguel de Cruces en memoria del Arcángel San Miguel que venciendo al diablo en una lucha formal, dio origen al tal conocido lugar que se denomina El espinazo del diablo.



Autor: Manuel Lozoya Cigarroa.

Comentarios

Johnny Destroyer ha dicho que…
Hey, muy bien narrada vuestra leyenda. Felicidades...

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